jueves, 8 de marzo de 2018

Colcha de relatos

En la biblioteca de Alejandría, en Egipto, un escritor de fábulas implementaba un experimento para interesar a lectores, convirtiendo en papel desechable las hojas de uno de sus escritos. Fueron 120 páginas que el fabulador cortó por la mitad, con la guillotina del venerado recinto.Un lado del papel estaba en blanco y en el otro se encontraba el fragmento de una historia. Como cartas de baraja, el escritor cambió el orden de los trozos de papel –en repetidas ocasiones– y luego organizó cuatro pilas con 60 especies de volantes. Dejó tres pilas en bibliotecas de Alejandría y una en la biblioteca pública del Cairo. Todas las hojas fueron a dar a una bandeja que decía: papel borrador, que la gente usa para hacer anotaciones.  ¿A cuántos les llamaría la atención un texto en un papel desechable? El experimento comenzaba.

* * *

En la biblioteca de AlejandríaCleopatra Nazari, profesora de 50 años, siempre necesitaba papel borrador, ya que, por su mala memoria, precisaba anotarlo todo. Le llamó la atención que en el lado donde había un texto –en el papel que sostenía en su mano–  se leía: Colombia, en la segunda línea, y comenzó a leerlo:

«De esta forma el gran jeque de Dubái respondía a una carta que le había llegado desde Colombia, semanas atrás, de quienes se hacían llamar honorable congresistas. Escribió el jeque: “Estimados señores: Gracias, ante todo, por los elogios que hicieron acerca del emirato que lidero. Por esta misiva, le extiendo en forma oficial una invitación a 30 de sus funcionarios, para que me visiten y tengan una experiencia, de primera mano, de cómo administramos el emirato de Dubái. Todos los gastos corren por mi cuenta”.

En forma inmediata, los honorables congresistas le respondieron al jeque y le manifestaron que necesitaban llevar asesores, y la lista de viajeros se incrementó a 60. El gran jeque no tuvo reparo. Congresistas y asesores conocieron cómo se manejaba Dubái, y disfrutaron hasta más no poder, y el jeque estuvo complacido.

Su generosidad era inconmensurable hasta el punto de proponerles a los distinguidos visitantes que fueran ellos los que administraran a Dubái por una semana (con un billonario presupuesto) para que, según palabras del mismo jeque: la experiencia fuera completa. Cuenta esta historia que, en esa semana, el jeque y su séquito se fueron a España por un descanso que, de paso, necesitaban.  A su regreso, el gobernante, en su avión en el aeropuerto de Dubái, recibe una llamada de uno de sus secretarios:
Su alteza decía una voz temblorosa al otro lado de la línea– se trata de los visitantes colombianos.

Dígame –preguntó el jeque preocupado–. ¿Qué pasó?
– Su alteza –la voz volvió a temblar– no sé ……por dónde comenzar.
Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Cleopatra Nazari quedó intrigada acerca de lo que pudo haberles pasado a los extranjeros. Quería saber el resto de la historia y corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de papeles. Los leyó uno a uno, pero ninguno continuaba el relato.


* * *


Algo similar a lo de Cleopatra Nazari le sucedía a un joven tunecino llamado Samir Masmoudi, quien requería anotar información de hostales en el Cairo. Al tomar un trozo de papel borrador, le llamó la atención la primera línea del texto, que decía:

«Lo curioso era que nadie, en seis meses, había visto el rostro del vendedor de perfumes, del apartamento 403. Llegaba muy tarde y salía de madrugada. Sus agradables fragancias, extraídas de plantas y frutas, irrumpían en todas las alcobas de los apartamentos del edificio Fantasía, y traían sosiego a sus residentes.

A los que sufrían de insomnio les daba sus ocho horas de sueño, con un aroma de durazno; a los que estaban enemistados los amigaba con esencias de cereza. Todos coincidían que, con la llegada del vendedor de perfumes, la vida del edificio se había transformado y que, por lo tanto, se precisaba una muestra de agradecimiento hacia el desconocido comerciante.

Fue por lo que, una soleada tarde de noviembre, 10 residentes fueron a visitar al escurridizo personaje. Tocaron su puerta varias veces, pero no hubo respuesta. Luego se percataron que la puerta no tenía llave. Al abrirla, quedaron absolutamente deslumbrados con lo que tenían frente a sus ojos». Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Samir Masmoudi quedó intrigado por saber lo que los vecinos habían visto. Quería saber el resto de la historia y corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de papeles. Los leyó uno a uno, pero ninguno continuaba el relato. 


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Como a Cleopatra y a Samir, a Carmen Inés de la Concepción estudiante de derecho de la universidad de Alejandría la atrapó el inicio de una historia en uno de los papeles de borrador, que decía:
«Eulogio Toledo de las Cruces Ismara, servidor público, jefe de la oficina de catastro de la comarca de Olviera, escuchaba con interés la nota editorial que en ese momento se oía por la radio, en todo el país. Decía el periodista: “El editorial de hoy tiene como protagonista, de nuevo, a la pestilente corrupción, que tiene a nuestra ciudad sumida en la más agobiante desesperanza.

Pero les aseguro, mis queridos oyentes, que todo esto va a terminar, y que todos los corruptos caerán, comenzado por ti, Eulogio Toledo de las Cruces Ismarra”. Eulogio salto de su silla, y pensó (en forma ilusa) que se trataba de un homónimo. “¡Ningún homónimo, Eulogio Toledo–continuó el locutor irritado, con golpes de escritorio, que se oían por los parlantes–. Me refiero a ti, por todo lo que has robado en la oficina de …”

Eulogio apagó la radio; su frente se bañaba en desbordante sudor, luego la prendió de nuevo, y la voz del locutor continuaba:  “... y más temprano que tarde, la justicia tocará tu puerta para hacerte pagar todo lo que te…” No había terminado el periodista la sentencia, cuando se oyó que alguien tocaba la puerta de la casa de Eulogio Toledo.

Un viento helado invadió su cuerpo, mientras caminaba a ver de quién se trataba. Al abrir la puerta. Fue esta la última línea en el trozo de papel, y Carmen Inés quedó intrigada por saber quién había tocado la puerta de la casa de Eulogio Toledo. Corrió hacia donde estaba la bandeja con el resto de papeles. Los leyó uno a uno, pero ninguno continuaba el relato.

Con la intriga carcomiéndolos, CleopatraSamir y Carmen Inés pusieron en todos los periódicos, en primera página, un aviso: «Se busca la continuación de una historia». En el espacio adjudicado, describieron su experiencia. El aviso remataba diciendo: «Si la tiene, comuníquese conmigo al teléfono…. Habrá mutua gratificación».


Los relatos nunca aparecieron: pasaron desapercibidos por quienes usaron el papel borrador, con el resto de las historias, o simplemente no se percataron del clasificado.  Por el aviso –colocado también en muchas bibliotecas– nuevos fragmentos se dieron a conocer, y eran igual de intrigantes e inconclusos.

Se supo que la hoja con el título y el nombre del autor nunca fue cortada, y que apareció años después. Decía:

Título: 30 relatos viajeros
Autor: Yosri Abassi

Desde el rincón de una biblioteca, Yosri Abassi fue un silencioso observador de las carreras que daban los lectores hacia la bandeja de papeles. La escena fue su satisfacción y lo único que buscaba; de él muy poco se supo.

La biblioteca de Alejandría convirtió lo sucedido en un llamativo ejercicio de escritura que llamó:

Colcha de relatos, escriba usted la historia.

Fragmentos de los relatos de Yosri Abassi descansan sobre diferentes mesas y el usuario escribe la continuación de la historia, o el relato completo. El ejercicio está permanentemente disponible y la biblioteca invita a sus usuarios a aceptar el reto.

¿Cómo continuaría usted las tres historias de Alejandría y El Cairo?
colcha
Invito a mis amables lectores a aceptar el reto.

Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)

Abu Dabi, marzo de 2018

1 comentario:

  1. Hola Sr/Sra
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