.......Una
soleada mañana de un frío diciembre, la llegada a la juguetería de una joven
pareja con sus tres pequeños hijos alegró el inicio del día para el
viejo juguetero, que presentía que esa mañana haría la venta de su
vida. Su corazón se lo decía.
“– Buenos días, señor – dijo al entrar un espigado joven, que vestía una elegante chaqueta azul. Mi esposa y yo estamos interesados en lámparas de Aladino para nuestros niños ”.
“– Sí, claro. Tengo muchas –respondió el comerciante con premura– ¿Y con quién tengo el placer?”
“–Mi nombre Abdul Kareem y esta es mi esposa Alia.”
“–¡Bienvenidos!– exclamó el juguetero efusivamente–. Mi nombre es Ghassan Khoury, y los estaba esperando”.
Raudo, caminó hacia la puerta, colgó el aviso de cerrado, y bajó la pequeña cortina que cubría la puerta de entrada.
“–No entendemos– dijo Alia sorprendida, mirándolo fijamente. –¿Dice usted que nos estaba esperando? ”
“–No se preocupe, señora Alia. Es solo un decir que tenemos los comerciantes cuando atendemos a los primeros clientes del día ”.
“Es curioso señor Ghassan, – dijo Abdul Kareem intrigado– su juguetería está casi al lado del edificio donde Alia y yo vivimos muchos años de nuestra infancia ”.
“–Lo es también – añadió Alia– que usted se especialice en lámparas de Aladino”.
“–Esta juguetería nació por una carta que un niño escribió a una niña” –soltó el viejo juguetero, como quien deja caer una copa de cristal sobre el piso.
La revelación dejó el recinto en un prolongado silencio, roto solo por el alboroto de los niños que jugaban en la trastienda. Abdul Kareem y Alia se miraron con un refrenado alborozo, que alimentaba la posibilidad de recuperar dos entrañables recuerdos.
“–¿Usted tiene la carta señor Ghassan?” –preguntó Abdul Kareem con timidez y duda.
El viejo asintió lentamente con su cabeza.
“¿Y la lámpara? ”, pregunto Alia, y el viejo Ghassan volvió a asentir.
“Cuando
terminé de pulir la lámpara que dejaron, –continuó el juguetero– vi
sobre la brillante superficie a una hermosa niña de resplandecientes
ojos azules caminar a placer sobre la cresta de una rojiza duna, y luego
vi a un esbelto joven correr sobre una calle de una ciudad que parecía
ser El Cairo; en ese momento comprendí que los dos deseos que ustedes
pidieron se habían concedido; luego comencé a llorar de felicidad, que
es la misma que hoy me embarga al ver dos sueños cumplidos. Mi corazón
no se equivocó y sí, Alia, los estaba esperando, y sabía que algún día vendrían”.
Lágrimas
comenzaron a rodar sobre las mejillas del viejo juguetero, quien no
dejaba de mirar los rostros de los dos jóvenes, que brillaban con
sorpresa y regocijo. Corrieron hacia donde el viejo estaba, y lo
abrazaron. Los tres, por unos buenos minutos, lloraron juntos y sin
inhibiciones, mientras los niños seguían jugando en la trastienda,
totalmente ajenos al conmovedor momento.
“–Gracias señor Ghassan –dijo Alia con una voz resquebrajada–. Nunca nos hubiéramos imaginado que nuestra increíble experiencia hubiese inspirado tan bello lugar ”.
“ Su bella historia, mis jóvenes amigos, – continuó el viejo Ghassan– es el alma de esta juguetería. A decir verdad, este lugar vive de ese increíble relato que yo he titulado: Aladino cumple tu sueño,
que cuento a niños todas las tardes en diferentes sesiones. Llevo
narrando esta historia por muchos años, y la Sala de Sueños (así llamaba el viejo a la sala de lectura que tenía en la trastienda) siempre ha estado llena; muchos niños, inclusive, regresan para oírla una y otra vez, cuando son adolescentes”.
“Debo confesarles que su historia, al final, deja a los niños algo tristes, porque siempre me preguntan: “¿ y que pasó después con Alia y Abdul Kareem?”, y mis vagas respuestas no los satisfacen. “No me gustan las historias que no tienen un final verdaderamente feliz, no creo en esta historia, señor Ghassan
”, me lo ha dicho más de un niño, con justa razón. A partir de hoy, la
historia tendrá el final verdaderamente feliz que los niños claman.”
“Otra
pregunta que seguramente harán los niños es sobre cómo ustedes se
reencontraron. Esa parte de la historia hace falta, y les pertenece a
ustedes.”
“Todo sucedió como en un cuento de hadas –Abdul Kareem hace una pausa, inhala y exhala una bocanada de aire–. De
Beirut nos hizo salir, primero, la soledad que un día cualquiera se
tomó el edificio Malabares, donde vivíamos, luego fueron los vientos de
una guerra civil que era inminente en el Líbano, nuestra partida fue
azarosa, y casi que corrimos solamente con lo que teníamos en las manos,
Alia a Escocia y yo a Egipto; cuando esto sucedió estábamos los dos distantes, sin habernos comunicado por mucho tiempo. Alia
y yo habíamos trazado, sin proponérnoslo, una estrategia de
reencuentro, que en realidad, era un juego de un niño que quiere
encontrar a otro en una gran ciudad, y que jugábamos mucho cuando
vivíamos en el edificio Malabares. El juego decía así:
Si estoy en El Cairo y no tienes mi dirección, así me encontrarás…
“Como
yo vivo en El Cairo, ciudad donde nací, voy a ir muchas veces a todas
las jugueterías de esa ciudad y le voy a decir a los jugueteros que me
interesan muchísimo las lámparas de Aladino, entonces todos los
jugueteros de la ciudad del Cairo sabrán que hay un niño, que se llama Abdul Kareem, que siempre viene preguntando por las lámparas de Aladino; luego tu, Alia,
vas a la ciudad del Cairo y vas también muchas veces a todas las
jugueterías y preguntarás por un niño que siempre anda preguntando por
lámparas de Aladino, y el juguetero te dirá que sí que el conoce a ese
niño, que es así y asao, que de pronto hasta llega en cualquier momento,
y tu, Alia, me esperarás en esa juguetería; si te
cansas de esperar, vas a otra juguetería donde yo podría estar; ahora
los dos estaremos visitando las jugueterías del Cairo y seguro y, si
Dios quiere, algún día nos encontraremos y vamos a estar los dos muy
felices de volvernos a ver”.
“Luego Alia contaba la historia estando en Edimburgo, la capital de
Escocia, donde ella había nacido. Repetíamos el juego en diferentes
ciudades del mundo. Nos encantaba este juego de geografía que, en nuestra imaginación de niños, nos hacia viajar y visitar muchos lugares.”
“Mucho tiempo después– continuó esta vez Alia–
los dos, ahora adultos, a miles de kilómetros de distancia, entre sí, y
sin decírnoslo, estábamos jugando al juego del reencuentro. Habría un
momento en el que ambos coincidiríamos en el mismo lugar. Era un juego
de azar, de emoción y expectativa, también de paciencia, persistencia y,
ante todo, de mucho amor. El reencuentro felizmente se dio en una
juguetería en El Cairo, como en el juego del edificio Malabares. Duramos
buscándonos casi dos años. Abdul Kareem iba a
Edimburgo y yo al Cairo, íbamos y veníamos. Así fue nuestro reencuentro,
lloramos mucho ese día y nos dijimos que nos habíamos extrañado mucho y
declaramos nuestro amor; nos casamos una semana después.”
“–¡Brillante
y enternecedor! – exclamó el viejo, sin esconder un ápice de su
emoción–. Ahora tengo esa parte que le faltaban al cuento. Qué
afortunados van a ser los niños que hoy vengan a oír un remozado y aún
mas deslumbrante relato. Gracias, y serán ustedes quienes esta tarde les
den las respuestas a los niños. Entrarán al final de la historia,
cuando, ténganlo por seguro, algún niño hará la pregunta de siempre: “¿ y que les pasó después a Alia y Abdul Kareem?”
Ese anhelado momento llegó. Con la Sala de Sueños repleta, Alia y Abdul Kareem,
los protagonistas de la historia, aparecieron como arrancados de una
fábula, para sorpresa de todos los niños, que los miraban con la boca
abierta. Respondieron todas las preguntas que los niños hicieron, y les
hablaron de la importancia que tiene cultivar una amistad y del poder de
soñar, de soñar y desear para los demás, y nunca desfallecer.
El viejo Ghassan Khoury siguió contando la historia hasta el último suspiro de su vida, y dejó el legado de la narración a sus familiares y amigos.
Alia y Abdul Kareem se convirtieron en personajes de carne y hueso sacados de un cuento fantástico parecido a los de Las mil y una noches. Al final ellos, de cuerpo presente, ayudaron a que la historia terminara como los niños querían: con un verdadero final feliz.
Aladino
nunca se cansa de escuchar la historia, es su preferida, y le gusta
mucho oírla cada noche, para dormir plácidamente, sabiendo que el genio
de su lámpara ha cumplido tu sueño.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dabi Septiembre de 2017
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