Nadie en el remoto pueblo de Alshuwahad, en el desierto emiratí, ponía en tela de juicio que Musabbah Rashed Al Harb era el beduino que, en toda la región y sus alrededores, contaba con el mejor hawon o mortero para machacar café.
A decir verdad, el de Musabbah era el hawon más celebrado de la comarca. Y tenía que ser así, ya que, durante los 354* días del año y con estricta puntualidad, el ilustre hawon
de bronce y de hechura única, despertaba plácidamente a todo el pueblo
con su agradable tañido y con el envolvente aroma que su café emanaba,
que se hacía presente en todos los rincones de la gran aldea.
Desde bien temprano, cuando el reloj marcaba las 5 de la mañana, la puerta de la humilde casa del viejo Musabbah
estaba ya abierta para todo aquel que quisiera tomar una taza de su
delicioso café. Era el único momento y el único lugar en el cual se
podía ver juntos a gente de todos los estratos y condiciones: pobres,
ricos, locales y extranjeros, todos tenían cabida a la espontánea y
amable convocatoria.
Un despertar distinto
La madrugada de aquel 15 de octubre fue diferente para todos los que vivían en el pueblo de Alshuwahad, ya que eran las cinco y quince de la mañana y el tañido del mortero de Musabbah Rashed no se dejaba oír, y el delicioso y puntual aroma a café permanecía extrañamente ausente en el ambiente.
Dieron las cinco y treinta y el llamado aún no se oía. Algo grave le debió haber pasado a Musabbah,
pensaron todos al unísono y casi que en desbandada, un buen número de
lugareños corrieron a la casa del artesano a averiguar que ocurría.
A Musabbah lo encontraron en el patio de su casa sentado en un taburete cabizbajo y meditabundo.
-Las deudas me acosaban y me tocó vender mi hawon -exclamaba apenado-, y lo reemplacé por este pequeño pilón -señalando a un rincón-, que ni suena ni da aroma. -Perdóneme por favor, concluyó su lamento a manera de suplica.
Musabbah había vendido el hawon a un comerciante libanés llamado Amal Besharra
a quien todos conocían como el mercader errante del Medio Oriente y
cuyo almacén principal se encontraba en Beirut, en la antigua calle Saida, a donde llegó una pequeña comitiva del pueblo de Alshuwahad, con la única misión de recuperar el atesorado hawon de bronce de Musabbah Rashed, el artesano del café.
Después de algunos preámbulos, la conversación entre la comitiva y el comerciante llegaba a un punto álgido de la negociación.
–Tienen suerte caballeros– agregaba el libanés con voz esperanzadora, -no
se ha vendido aún el hawon, que para serles franco, no ha sido un buen
negocio para mi, porque la gente ya no los usa para hacer café y ahora
los han reemplazado por máquinas, ustedes saben, cosas de la modernidad.
El hawon lo estoy ahora promocionando en otra de mis tiendas como
florero, a ver qué pasa, y según me cuentan ha llamado mucho la atención
y mas de uno ya le ha echado el ojo.
Había que ver las caras de disgusto de los alshuwahadenses ante semejante desfachatez y descarrilamiento cultural, pero aún así todos mantenían su compostura, ya que recuperar el hawon era lo único que importaba.
Al día siguiente la comitiva recibió la mala noticia de que el hawon había sido vendido (muy seguramente mientras hablaban con Amal Besharra) a una joven estudiante de arte de la universidad de Beirut a quien el hawon-florero
le había parecido una pieza extrañísima y exótica, que serviría como
insumo valioso para su tesis de grado que investigaba una nueva
tendencia artística, que la excéntrica joven había bautizado como Artish y que sólo ella y sus colegas entendían, y la definía como arte en transición o arte que aspiraba- nunca se supo a qué ? o qué?
En lo que había terminado el malhadado hawon
del viejo Musabbah: vestido de margaritas y escudriñado por una romería
de greñudos estudiantes de arte, en la bulliciosa Beirut.
A
la casa de la joven estudiante, en las afueras de la capital libanesa,
fue a dar la imbatible e incansable comitiva del pueblo de Alshuwahad a hacerle una jugosa oferta por el hawon,
a la artista en transición, quien, acosada por deudas universitarias,
no tuvo mas remedio que aceptar el atractivo ofrecimiento. El hawon entonces, después de tantas vicisitudes, regresaría a su lugar de origen.
El retorno del hawon fue celebrado en el pueblo de Alshuwahad
con el esperado alborozo y la valiosa pieza culinaria fue declarada
como un patrimonio cultural común, sin valor comercial y con el estatus
de invendible e intransferible.
Después de casi un mes de ausencia, como era de costumbre, el delicioso aroma a café anunciado por el tañido del hawon de Musabbah Rashed, llamaba de nuevo a los lugareños de Alshuwahad,
a pobres, ricos, locales y extranjeros, a todos por igual, a tomar un
humeante café. El reloj marcaba las cinco de la madrugada de un nuevo
día.
Todos admitieron que luego de esta inolvidable aventura de rescate, el café había adquirido un inocultable aroma de felicidad.
Marcelino Torrecilla N (matorrecc@gmail.com)
Abu Dhabi (EAU) septiembre, 201ñ
* Un año tiene 354 días en el calendario islámico.
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